Una visión proyectiva acerca de cuán factible resulta la inclusión de los postulados del teórico ruso Lev Vigotski en la educación
matemática, todo ello en el contexto de la educación chilena actual, tomando como referente una experiencia particular en un colegio de La Florida.
Autora: Clo
Lev Vigotski
En las primeras décadas del siglo XX, el panorama general de la psicología se resumía en una contraposición entre el conductismo y la gestalt. Unos, abanderados del positivismo, con una ciencia de la conducta observable y “cuantificable” y otros, portavoces de una teoría idealista de la conciencia (sin duda, dado que no es el punto central de este texto, he hecho una simplificación extrema de la situación de la psicología en términos históricos), teniendo preponderancia el enfoque conductista. Dentro de este contexto, Lev Vigotski apareció en escena con una tercera propuesta que rescataba el papel de la conciencia, pero en “una aproximación amplia que hiciera posible la descripción y explicación de las funciones psicológicas superiores en términos aceptables para las ciencias naturales” .
Vigotski desarrolla una teoría acerca de las funciones psicológicas que explica los mecanismos que utiliza la mente para que la cultura (de origen social) forme parte de la naturaleza del individuo. Propone, además, que así como el uso de las herramientas cambian con la forma de sociedad y su nivel de desarrollo cultural, los signos culturalmente elaborados acarrean transformaciones en el desarrollo del individuo. Por ello, el cambio evolutivo del ser humano halla sus raíces en la sociedad y la cultura. En términos más accesibles, cuando un ser humano hace uso de una herramienta, con ella transforma y domina los objetos, mientras que la utilización de signos, como el lenguaje, tiene un impacto sobre el sujeto mismo.
En la actualidad, el panorama de la psicología difiere notoriamente de lo que habríamos presenciado hace cien o ciento cincuenta años atrás. La búsqueda de indicios que conecten la actividad mental con la naturaleza física del ser humano ya no es un problema de la disciplina, y la mente como objeto de estudio únicamente de la filosofía nos parece en definitiva anacrónico. Sin embargo, aún cuando sus investigaciones han avanzado vertiginosamente, ya sea por los paradigmas reinantes, por las políticas de perpetuación del poder y del control, o por algún motivo que no desentrañaré en este texto, la educación se mantiene inamovible en un enfoque psicológico que desde hace 81 años, cuando Lev Vigotski expuso en 1924 la conferencia titulada “La conciencia como objeto de la psicología de la conducta”, comenzó a cuestionarse como modelo explicativo único o determinante de las funciones psicológicas del ser humano. Hablamos del conductismo, aquél enfoque que describe las actividades humanas en función de la conducta, sin conceder importancia al papel de la conciencia.
¿Qué relevancia tiene este cambio paradigmático de la psicología en la educación? La respuesta no requiere de mayores explicaciones: si la educación promueve el aprendizaje, y siendo éste un producto de la actividad mental constituye un objeto de estudio de la psicología, entonces todo aporte acerca del aprendizaje que la psicología pueda realizar debería, en términos ideales, significar una evolución en el modo de emprender la tarea educativa. En términos reales, sin embargo, entrar uno de estos días a una sala de clases cualquiera no difiere sustancialmente de una sala ochenta años atrás. Aunque las teorías conductuales del aprendizaje describen de manera sumamente acertada los mecanismos reflejos y de modificación de la conducta, hoy en día sabemos que no son efectivas para explicar los procesos mentales más complejos.
El experimento:
Que Lev Vigotski desarrollara su enfoque acerca de los procesos psicológicos superiores centrando su atención principalmente en el lenguaje, sumado al hecho de que en las ciencias llamadas exactas, una perspectiva social y constructiva es descartada a priori de las prácticas educativas más extendidas en los establecimientos, provocó un cuestionamiento personal en la factibilidad de que esta propuesta se instalara en la forma de pensar la enseñanza, por ejemplo, de las matemáticas. Fue a raíz de esta inquietud que desarrollé una aproximación a la realidad de la educación matemática en un establecimiento de La Florida, con el fin de constatar, de manera concreta, real y situada dos aseveraciones:
- Que la rutina de realización mecánica de ejercicios da lugar a aprendizajes pobres y poco transferibles.
- Que el aprovechamiento de las interacciones sociales existentes dentro de la sala de clases a través de prácticas como el andamiaje o el aprendizaje cooperativo promueve un aprendizaje constructivo y significativo.
A través de esta constatación pretendía responder ciertas interrogantes que se hallaban latentes dentro de mis aspiraciones como docente en formación. ¿Cómo convertir el aprendizaje de las matemáticas en una tarea más alcanzable para todos?, ¿Es el enfoque del constructivismo sociocultural una posición adoptable dentro de nuestro contexto educativo? y por último ¿puede este enfoque cambiar el paradigma de la educación matemática y, a la vez, producir mejores resultados?
Tengo la convicción de no errar al haber elegido el enfoque constructivista sociocultural impulsado por Vigotski por dos razones fundamentales. La primera es que “los alumnos no aprenden recibiendo y acumulando pasivamente información del entorno, sino que lo hacen a través de un proceso activo de elaboración de significados y de atribución de sentidos; un proceso que se lleva a cabo mediante la interacción, la negociación y la comunicación con otras personas en contextos particulares culturalmente definidos, y en el que determinados artefactos e instrumentos culturales juegan también un papel decisivo” . La segunda es que, partiendo de la personal elección de considerar que la inteligencia es incremental, tal como Feldman y Elliot la describen, cabe la necesidad de que el incremento de la inteligencia resulte favorecido por las ayudas externas que el niño pueda recibir.
En esta línea, considero que prestar ayuda durante la resolución de un problema a los diversos grupos, siempre fomentando las ayudas entre los mismos compañeros, constituye una acción necesaria y consecuente con el modelo adoptado. La mirada desde los preceptos Vigotskianos se incluye en la idea de someter a los niños a tareas cuya dificultad se eleva con respecto de las tareas típicas asignadas para su edad en programas tradicionales y constituyen desafíos, a modo de salir del terreno del desarrollo real (y sobreexplorado por la educación tradicional), para intentar evidenciar aquello a lo cual los niños pueden acceder con apoyo entre pares o de un docente, llamado nivel de desarrollo potencial.
Por medio de observación de clases, revisión de materiales y entrevistas a docentes y alumnos, realicé un diagnóstico del enfoque utilizado en las prácticas educativas relativas a la asignatura y los resultados que se obtenían en términos de éxito académico. Pude advertir en los aprendices una escasa comprensión del sentido real de lo que realizan a través de las operaciones matemáticas, diremos pues, un trabajo mecánico en lugar de reflexivo, puesto que su trabajo habitual consistía en copiar los ejercicios, vero cómo los resolvía la profesora y resolver. Durante toda la clase los niños estaban haciendo fila para preguntar exactamente lo mismo: ¿cómo se hace? La respuesta de la profesora consistía en decir “mira” y resolver el problema en el cuaderno del niño. Esto centró el objetivo de mi intervención en lograr que los alumnos mejorasen su desempeño en la resolución de las cuatro operaciones básicas con multidígitos y reserva, pero modificando medularmente el modo en que trabajaban para lograr la comprensión a través de la resolución de problemas aritméticos verbales (PAV) en un contexto de aprendizaje cooperativo.
Los PAV implican la idea de que las matemáticas son un instrumento al servicio de las personas para resolver problemas reales que pueden presentarse en su vida cotidiana. A diferencia de los ejercicios, los problemas nutren de sentido las operaciones al contextualizarlas y dotarlas de una meta. A menudo los niños resuelven problemas matemáticos sin darse cuenta, por ejemplo, cuando van al almacén y sacan la cuenta de cuánto pueden gastar. Pero lo más importante en un PAV es que involucra la toma de decisiones. Cuando digo “tenía tres manzanas y me comí dos”, realmente no presento ninguna situación problemática. La introducción de los PAV se complementó, cumpliendo con algunos aspectos de la propuesta de Vigotski, con la inclusión de tareas de una dificultad mayor a la que los niños estaban habituados y el trabajo en grupos según el método de aprendizaje cooperativo. De este modo, tuve la oportunidad de transformar la sala de clases en un laboratorio donde realizar un experimento con tres variables: el pensamiento de Vigotski (cristalizado en propuestas metodológicas de investigadores que siguen sus lineamientos), las matemáticas (a menudo tratadas de forma descontextualizada y poco significativa) y el contexto educativo chileno (representado por un colegio de La Florida).
Debo reconocer que mis expectativas eran más bien bajas, sin embargo, las respuestas de los alumnos resultaron sorprendentemente alentadoras. Tomando como referente el modelo experimental utilizado por el mismo Vigotski, mi atención se centró en el proceso de resolución de los problemas y no sólo en las respuestas en sí. Para ello, una de las instrucciones para los alumnos era que registrasen por escrito cada paso que realizaran para resolver los problemas. Gracias a ello, constaté no sólo el éxito de los alumnos de llegar a soluciones correctas, sino que pese a estar continuamente sometidos al trabajo mecánico de los ejercicios, los alumnos son capaces de modificar la forma de encarar la tarea cuando la práctica docente se orienta por un concepto de aprendizaje como un proceso constructivo y no reproductivo. Los resultados fueron satisfactorios tanto en los alumnos con alto rendimiento como en los que usualmente presentaban un desempeño deficiente en la asignatura, y los intercambios cooperativos entre los integrantes de cada grupo fueron notablemente significativos en la superación de los estudiantes menos eficientes. Dichos intercambios ayudaron también a que los niños confiaran más en sus conocimientos, habilidades e intuiciones, logrando resolver sus problemas sin recurrir a la docente.
Lamentablemente no fue posible efectuar un seguimiento del curso que permitiera constatar los resultados en el tiempo, ni dar continuidad al trabajo realizado. Sin embargo, la experiencia me confirmó que abordar el aprendizaje desde una perspectiva socio-constructivista es una posibilidad real, más allá del discurso que a más de alguno puede parecer utópico; y que este cambio de paradigma es factible en nuestra realidad, aún cuando alguien pueda alzar la voz diciendo que nuestros niños no están preparados para un cambio tan substancial o que no hay recursos para ello.